Si la lluvia hace salir a las lombrices y la marea baja descubre los vermétidos, la tormenta en el PP no ha podido tener un efecto menos revelador. El temor entre los beneficiarios de la mangarrufa popular ha causado una conmoción que ha desembocado en llamamientos a la calma por parte de aquellos que normalmente permanecen fuera del foco.
Que economía y ecología van de la mano nos lo demuestra constantemente la fauna calpina. La renta por habitante nos sitúa entre los diez municipios más pobres de España, lo que ha hecho difícil sostener la tesis que el modelo económico imperante genera bienestar. Lo hace nada más que para unos pocos. Y es precisamente de entre estos pocos de donde proviene al grito de «No soy político. No entiendo a los políticos y por tanto me declaro un ignorante político». Así, mientras se extendía la diatriba que censuraba las desavenencias entre el partido en el poder también se clarificaban los intereses de quien los emitía, «soy constructor, dependo del partido político que gobierna y tengo que procurar que siga gobernando».
Y no es la primera vez que en Calp afloran muestras de caciquismo interesado, y tampoco el motivo nos es desconocido. La última gran manifestación de miseria humana la pudimos observar ante la «consulta popular» efectuada por el Ayuntamiento de Calp sobre la recalificación del Pla de Feliu, el último pulmón verde de Calp. En su día, el grupo hotelero y propietario de un gran porcentaje de esta propiedad hizo firmar a más de un centenar de empleados para justificar la no protección del suelo.
Aquí es importante recordar la existencia de informes jurídicos que afirman que la protección del suelo se puede hacer a coste cero. Con todo esto sobre la mesa, aquellos que pudieran ser recordados por magnánimos y filántropos, con toda certeza lo serán por especuladores y miserables.
Es innegable que las líneas políticas del PP, y sus representantes, se han basado en cemento, miseria y mentiras. Contrastaban los macroproyectos que iban desde los clubes Sociales que contravenían legislaciones Nacionales y Europeas, los campos de Golf y las barras libre de alturas con la desatención y/o secuestro de la Cultura, el Patrimonio y el interés general. Todo se hacía desde una óptica desarrollista que no pensaba más allá de su bolsillo y de las próximas elecciones.
Lo memorable es que, en esta pirámide trófica calpina, los que ostentan la cima lo hacen en una simbiosis perversa con la administración local. Tal como el pulgón y la hormiga, en una relación mutualista. La hormiga flexibiliza la ley para el pulgón, y el pulgón, con sus dulces excreciones, le paga las campañas electorales a ésta. ¿Cómo no se va a poner nervioso el pulgón si se pelean las hormigas entre si?
Si los depredadores urbanísticos se amparaban en la ley del silencio, los recientes conflictos hacen peligrar esa idea de impunidad en la que hasta ahora vivían. Es sabido que los depredadores no se comen entre ellos, pero sí que se liarán a mordiscos si la comida escasea. En esas estamos. Y, al contrario de lo que dice el proverbio congolés, «Cuando dos elefantes luchan, la hierba es la que sufre«, aquí el territorio podría superar el trauma al que ha estado sometido durante décadas, Calp volvería al imperio de la ley y, a lo sumo, sería testigo de otras formas de gobierno, sociales, igualitarias y participativas.

Está bien que haya salido esta simbiosis a la luz. El «Roto» ya describiría esta situación en una de sus tiras, un personaje oscuro afirmaba que, los negocios sirven para hacer política, y la política para hacer negocios. Y puede que en Calp, donde hasta ahora representaba una «normalidad», este modelo se esté resquebrajando. La insostenibilidad del modelo, el espíritu del tiempo y, el hartazgo social podrían sacarnos de dudas en breve.